Una conexión de amor
11. El abrazo y el beso.
Transcurría
la velada, y casi todos los asistentes estábamos sentados conversando, hasta
que la anfitriona invitó a pasar al jardín, para que nos sirviéramos, en ese
momento se notó que la mayoría de personas se dirigieron apresuradamente hacia
el jardín.
Yo me preparaba a hacer lo mismo, me levanté del sillón donde había estado durante toda la noche, y descubrí que la sala estaba prácticamente vacía, pero noté que el sujeto estaba en el otro extremo, conversando con otro caballero, cuando vi que mientras yo me paraba, el sujeto dejó de conversar con aquel caballero y se acercó a mí, realizando algo inimaginable.
Yo me preparaba a hacer lo mismo, me levanté del sillón donde había estado durante toda la noche, y descubrí que la sala estaba prácticamente vacía, pero noté que el sujeto estaba en el otro extremo, conversando con otro caballero, cuando vi que mientras yo me paraba, el sujeto dejó de conversar con aquel caballero y se acercó a mí, realizando algo inimaginable.
Fueron
instantes eternos, en cuestión de segundos, se detuvo delante mío, me miró
fijamente, extendió su brazo izquierdo, me tomó por la espalda llevando mi
cuerpo hacia el suyo, besando mi rostro intensamente, pronunciando “te amo”, luego de lo cual, me soltó
muy suavemente y empezó a alejarse, pero esta vez sin sonreír.
Durante
aquellos segundos yo permanecí inmóvil, manteniendo mis brazos a ambos lados de
mi cuerpo, quedándome parada en medio de la sala, la cual en ese momento, si
estaba vacía.
Me
mantuve sentada conversando con mi amigo Juan durante un largo rato, hasta que
escuché que la gente empezaba a despedirse, a los pocos minutos, el sujeto volvió
a acercarse, conversó un rato con nuestro amigo común, sin dejar de mirarme, despidiéndose
de él con un apretón de manos, girando su cuerpo para volverme a abrazar,
susurrándome al oído “gracias” y se retiró.
Habían transcurrido más de 15 minutos, cuando la mujer del sujeto se me acercó y frotó con su mano derecha mi brazo izquierdo, acto que hasta hoy no comprendo, luego se acercó a mi amigo y se despidió con el ademán de darle un beso en la mejilla.
Lo que llamó mi atención, fue la diferencia entre el momento en que salió una y el otro, por eso pensé que quizá no se irían juntos, o que el sujeto estaría esperando afuera, pero era un hecho que continuaban juntos.
Habían transcurrido más de 15 minutos, cuando la mujer del sujeto se me acercó y frotó con su mano derecha mi brazo izquierdo, acto que hasta hoy no comprendo, luego se acercó a mi amigo y se despidió con el ademán de darle un beso en la mejilla.
Lo que llamó mi atención, fue la diferencia entre el momento en que salió una y el otro, por eso pensé que quizá no se irían juntos, o que el sujeto estaría esperando afuera, pero era un hecho que continuaban juntos.
12. Un
momento de Amor
Entre
octubre del 2006 hasta enero del 2007, lo volví a encontrar en algunas oportunidades,
parecía que el sujeto sabía dónde estaría, porque en todas ellas también estaba
nuestro amigo común, y/o yo había ido con él.
En
esas ocasiones de manera disimulada, se acercaba a mí, extendía su brazo,
tomaba mi espalda o mi hombro, llevándome sigilosamente hacia su pecho,
besándome intensamente en la mejilla, sintiendo algo similar a un estallido en
el momento de separarnos.
En
los instantes de la separación, era recurrente escuchar un murmullo, el cual
por la cantidad de veces que lo había pronunciado, ya las comprendí: “Te amo”, “Te quiero”, “Gracias por estar aquí”, y otras
hermosas frases, que no son necesarias de publicar.
Fueron
tantas las veces que escuché aquellas palabras, pronunciadas con tanta ternura,
que a veces pensaba que estaban siendo transmitidas telepáticamente, porque como
en ese instante estaba abrazándome, era imposible mirar sus labios.
Poema Amo
13. Los
encuentros en el malecón
Desde
siempre frecuento los malecones barranquinos, miraflorinos y chorrillanos.
En
la década de 1970 acostumbraba pasear en bicicleta, a cualquier hora durante
los fines de semana, y muy temprano los días de semana, inclusive iba hasta el
malecón miraflorino, donde está el bicicross del malecón de la Marina, a unos
metros del parque Grau.
Ya
residiendo en Miraflores, optaba por caminar, pasear en bicicleta, practicar
gimnasia, jugar básquet y eventualmente correr.
Durante
todo ese tiempo, nunca me había percatado de la presencia del sujeto, casi
todos nuestros encuentros habían sido por las tardes o durante las noches,
hasta que un día lo vi pedaleando una bicicleta por los malecones miraflorinos
a las 6 am.
Parecía
que la sorpresa era mutua, o quizá nuestro amigo común también se lo había
comentado.
El
sujeto, a quien a partir de ahora nombraré “el ciclista”, circulaba con casco,
anteojos y una amplia casada que cubría su cuerpo, siempre iba a mucha
velocidad, con relación a mi manera de pedalear, quizá por ello nunca lo había reconocido,
a esa hora, hay al menos otros 300 ciclistas, con similares características,
y a la misma velocidad, circulando por los malecones, además que muchas veces
está oscuro o hay neblina.
Desde
aquella vez, observé que constantemente pedaleaba con un par de amigos, a veces
uno, otras veces otro, y eventualmente sólo, pero ahora parecía que pedaleaba a
mi velocidad.
No
lo veía a diario, parecía no tener alguna rutina, podía verlo venir o irse,
pedalear por la vereda o por la pista.
Cuando
yo realizaba ejercicios en el parque Rabin, no era posible saber si transitaba
por la zona, hasta que una mañana lo vi descender por la pendiente, construida
a finales del año 2006.
Durante
todos los meses del verano del 2007, sólo hubo contacto visual y muchas
sonrisas.
Hasta
que el ciclista modificó su comportamiento, empezó a acercarse y disminuir la
velocidad de pedaleo, para circular casi a mi mismo nivel, escuchando algunas
palabras pero con un tono muy bajo, casi como susurrando.
Cuando yo pedaleaba por la vereda o por la pista, el trataba de darme el alcance y se trasladaba de la vereda a la pista, o viceversa; otras veces, cuando me veía venir en sentido contrario, acercaba su bicicleta hacia mi camino, lo cual obligaba a moverme hacia la derecha, pero en esos momentos escuchaba decir algunas palabras distintas como: “detente, para, espera”, pero nunca le hice caso.
Cuando yo pedaleaba por la vereda o por la pista, el trataba de darme el alcance y se trasladaba de la vereda a la pista, o viceversa; otras veces, cuando me veía venir en sentido contrario, acercaba su bicicleta hacia mi camino, lo cual obligaba a moverme hacia la derecha, pero en esos momentos escuchaba decir algunas palabras distintas como: “detente, para, espera”, pero nunca le hice caso.
Cuando
parecía que sus deseos de hablarme llegaban a un límite, imaginó que la única
manera que yo me detenga, era haciéndolo el previamente, moviendo luego sus
manos hacia abajo y, pero: ¿Para qué me detenía?, para hablarme sobre él,
realizar alguna pregunta genérica y decirme, “Deseaba verte más cerca”, y siempre con una amplia sonrisa, pero
otras veces murmuraba palabras incomprensivas, que salían de alguna parte de su
mente.
Algunos
hechos que llamaron mi atención, era que cuando algunas veces yo pedaleaba por
la pista, justo el también lo hacía en sentido contrario, y también sobre la
pista. Otras veces en que yo estaba en la vereda, lo encontraba pedaleando por
la vereda. Las coincidencias sobre la ruta muchas veces lo delineaban las circunstancias.
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