Cuando fui adolescente, fue persistente escuchar entre las madres de mis amigas, que lo ideal era que nosotras, sus hijas, nos casáramos con algún extranjero, de preferencia, un europeo, con la finalidad de mejorar nuestra situación, porque nuestra patria no ofrecía muchas expectativas; sin considerar, que las barreras de vivir con cualquier extranjero, no se limitan al idioma, sino a las costumbres, rutinas, ideologías, intereses y expectativas.
Transcurrieron los años, y casi la tercera parte de mis amigas y conocidas, contrajeron matrimonio con extranjero, y luego de 15 años, la mayoría de ellas se divorció.
Por esa razón escribí la historia de un “Aleman”.