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martes, 3 de enero de 2017

Una transmisión telepática

Una conexión de amor
8.   Una noche de primavera

Una hermosa y cálida noche de septiembre del 2006, el cielo estaba iluminado por una bella luna primaveral. Las circunstancias hicieron que volviera a encontrarme con el sujeto, en una velada, donde su actitud, me volvió a sorprender, a pesar de estar acompañado de su esposa.



Fueron varias las veces que lo observé parado junto o cerca de mí, entablando una conversación con alguien que estuviera a mi lado, hablando con un tono de voz muy alto, como para que lo escuche, y justo en el momento en que yo lo miraba, su respuesta era una amplia sonrisa junto con su penetrante mirada.

Hasta que llegó el momento, parece que el preciso para él, se acercó a mí, me extendió la mano, murmuró “que alegría me da verte”, y se quedó parado a mi lado, yo disimuladamente giré mi cuerpo, saludé a un conocido y me alejé, en esos momentos, yo ya estaba segura, el sujeto si tenía un interés por mí.

Antes de culminar la velada, sentí su mirada una última vez y lo vi alzando su copa como quien desea brindar conmigo . . . pero a lo lejos, optando por acercarse sigilosamente, en el camino hacía como que saludaba con una venia a las personas que estaban en la ruta, hasta llegar a mí y estrechar mi mano y decirme “espero verte pronto”.

Esos actos me motivaron a escribir muchas líneas sobre aquella actitud, pero a la vez siendo cuidadosa ante la posibilidad de ser un simple capricho masculino, porque sus actitudes eran visibles, pero sus palabras poco convincentes, y poco útiles para asegurar algún sentimiento.


9.   Curiosidad

El día 3 de octubre, le envié, igual con seudónimo, un poema que había iniciado en el mes de febrero, en el cual le relataba mis inquietudes sobre aquella actitud, titulado “Curiosidad”, pero reseñando que yo no estaba convencida, pero que igual me agradaban sus actos.


El día siguiente de dicho envío, asistí a una reunión en el hogar de un amigo, que reside cerca de mi casa, y en un momento no esperado apareció el sujeto.

Al ingresar, saludó de manera protocolar, pero a lo largo de la noche mantuvo sus ojos sobre mi, sonriéndome a lo lejos varias veces, hasta que se me acercó, y me dijo “qué bueno verte”, manteniéndose parado, pero ya sin pronunciar alguna palabra, momento algo incómodo pero superable. Segundos después me alejé de la zona, como quien deseaba saludar a un conocido.


10.   Una transmisión telepática

Fue en los instantes de la despedida, en que sucedió algo inexplicable. 

Yo había leído sobre las transmisiones telepáticas, que a veces creo tener con mis familiares directos, pero nunca me había sucedido con un extraño, y para mí ese sujeto, era un extraño.

Justo en el instante de la despedida, el sujeto me extendió la mano y con una inmensa sonrisa, escuché unas palabras muy claras, las cuales salían de alguna parte de su rostro, posiblemente desde su mente, porque no movía sus labios, lo que me pareció una transmisión telepática.


Poema Octubre

Las palabras que escuché fueron “tú me estas enviando los poemas”, yo me quede inmóvil, estaba escuchando una voz que no era mi voz, era “una voz”, la cual aparentemente fue una recepción mental, siempre manteniendo su amplia sonrisa.


Luego de escuchar el mensaje, y sobreponerme, traté de pensar en otra cosa, pues no sabía si el sujeto podía escucharme o leer mi mente, retirándose de aquella casa, sin dejar de mirarme, girando su rostro varias veces, manteniendo su sonrisa.



Al día siguiente, mi amigo Juan, me comunicó que había una reunión en la casa de una dama miraflorina, a la cual yo conocía, pero no éramos amigas, ella reside en la zona de San Antonio, por ello estaba un poco reacia a asistir, porque no había sido invitada directamente por la anfitriona, sin embargo debido a la insistencia de mi amigo, lo acompañé.

En dicha casa, me encontré con muchos miraflorinos, que conversaban sobre las futuras elecciones distritales, a los pocos minutos que ingresé, escuché llegar al sujeto, el cual empezó a saludar de una manera cordial y pasajera, estrechando su mano o inclinando el rostro, siendo nuestro encuentro protocolar, pero con la mirada sonriente, como si estuviera seguro que me iría a encontrar.




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