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domingo, 4 de diciembre de 2016

El abrazo y el beso



Una conexión de amor

11.   El abrazo y el beso.

Transcurría la velada, y casi todos los asistentes estábamos sentados conversando, hasta que la anfitriona invitó a pasar al jardín, para que nos sirviéramos, en ese momento se notó que la mayoría de personas se dirigieron apresuradamente hacia el jardín.

Yo me preparaba a hacer lo mismo, me levanté del sillón donde había estado durante toda la noche, y descubrí que la sala estaba prácticamente vacía, pero noté que el sujeto estaba en el otro extremo, conversando con otro caballero, cuando vi que mientras yo me paraba, el sujeto dejó de conversar con aquel caballero y se acercó a mí, realizando algo inimaginable.

Fueron instantes eternos, en cuestión de segundos, se detuvo delante mío, me miró fijamente, extendió su brazo izquierdo, me tomó por la espalda llevando mi cuerpo hacia el suyo, besando mi rostro intensamente, pronunciando “te amo”, luego de lo cual, me soltó muy suavemente y empezó a alejarse, pero esta vez sin sonreír.

Durante aquellos segundos yo permanecí inmóvil, manteniendo mis brazos a ambos lados de mi cuerpo, quedándome parada en medio de la sala, la cual en ese momento, si estaba vacía.


Transcurrieron varios minutos, y yo me volví a sentar en el confortable, pues no comprendí esa actitud, hasta que llegó mi amigo Juan (el que me invitó) con un vaso de gaseosa para mi, y me sugirió que nos acercáramos al jardín, yo le respondí que prefería mantenerme en la sala, la cual continuaba vacía.

Me mantuve sentada conversando con mi amigo Juan durante un largo rato, hasta que escuché que la gente empezaba a despedirse, a los pocos minutos, el sujeto volvió a acercarse, conversó un rato con nuestro amigo común, sin dejar de mirarme, despidiéndose de él con un apretón de manos, girando su cuerpo para volverme a abrazar, susurrándome al oído “gracias” y se retiró.

Habían transcurrido más de 15 minutos, cuando la mujer del sujeto se me acercó y frotó con su mano derecha mi brazo izquierdo, acto que hasta hoy no comprendo, luego se acercó a mi amigo y se despidió con el ademán de darle un beso en la mejilla. 

Lo que llamó mi atención, fue la diferencia entre el momento en que salió una y el otro, por eso pensé que quizá no se irían juntos, o que el sujeto estaría esperando afuera, pero era un hecho que continuaban juntos.


12.   Un momento de Amor

Entre octubre del 2006 hasta enero del 2007, lo volví a encontrar en algunas oportunidades, parecía que el sujeto sabía dónde estaría, porque en todas ellas también estaba nuestro amigo común, y/o yo había ido con él.

En esas ocasiones de manera disimulada, se acercaba a mí, extendía su brazo, tomaba mi espalda o mi hombro, llevándome sigilosamente hacia su pecho, besándome intensamente en la mejilla, sintiendo algo similar a un estallido en el momento de separarnos.

En los instantes de la separación, era recurrente escuchar un murmullo, el cual por la cantidad de veces que lo había pronunciado, ya las comprendí: “Te amo”, “Te quiero”, “Gracias por estar aquí”, y otras hermosas frases, que no son necesarias de publicar.

Fueron tantas las veces que escuché aquellas palabras, pronunciadas con tanta ternura, que a veces pensaba que estaban siendo transmitidas telepáticamente, porque como en ese instante estaba abrazándome, era imposible mirar sus labios.



Poema Amo


13.   Los encuentros en el malecón

Desde siempre frecuento los malecones barranquinos, miraflorinos y chorrillanos.

En la década de 1970 acostumbraba pasear en bicicleta, a cualquier hora durante los fines de semana, y muy temprano los días de semana, inclusive iba hasta el malecón miraflorino, donde está el bicicross del malecón de la Marina, a unos metros del parque Grau.

Ya residiendo en Miraflores, optaba por caminar, pasear en bicicleta, practicar gimnasia, jugar básquet y eventualmente correr.

Durante todo ese tiempo, nunca me había percatado de la presencia del sujeto, casi todos nuestros encuentros habían sido por las tardes o durante las noches, hasta que un día lo vi pedaleando una bicicleta por los malecones miraflorinos a las 6 am.

Parecía que la sorpresa era mutua, o quizá nuestro amigo común también se lo había comentado.

El sujeto, a quien a partir de ahora nombraré “el ciclista”, circulaba con casco, anteojos y una amplia casada que cubría su cuerpo, siempre iba a mucha velocidad, con relación a mi manera de pedalear, quizá por ello nunca lo había reconocido, a esa hora, hay al menos otros 300 ciclistas, con similares características, y a la misma velocidad, circulando por los malecones, además que muchas veces está oscuro o hay neblina.

Desde aquella vez, observé que constantemente pedaleaba con un par de amigos, a veces uno, otras veces otro, y eventualmente sólo, pero ahora parecía que pedaleaba a mi velocidad.

No lo veía a diario, parecía no tener alguna rutina, podía verlo venir o irse, pedalear por la vereda o por la pista.



Cuando yo realizaba ejercicios en el parque Rabin, no era posible saber si transitaba por la zona, hasta que una mañana lo vi descender por la pendiente, construida a finales del año 2006.

Durante todos los meses del verano del 2007, sólo hubo contacto visual y muchas sonrisas.

Hasta que el ciclista modificó su comportamiento, empezó a acercarse y disminuir la velocidad de pedaleo, para circular casi a mi mismo nivel, escuchando algunas palabras pero con un tono muy bajo, casi como susurrando.

Cuando yo pedaleaba por la vereda o por la pista, el trataba de darme el alcance y se trasladaba de la vereda a la pista, o viceversa; otras veces, cuando me veía venir en sentido contrario, acercaba su bicicleta hacia mi camino, lo cual obligaba a moverme hacia la derecha, pero en esos momentos escuchaba decir algunas palabras distintas como: “detente, para, espera”, pero nunca le hice caso.

Cuando parecía que sus deseos de hablarme llegaban a un límite, imaginó que la única manera que yo me detenga, era haciéndolo el previamente, moviendo luego sus manos hacia abajo y, pero: ¿Para qué me detenía?, para hablarme sobre él, realizar alguna pregunta genérica y decirme, “Deseaba verte más cerca”, y siempre con una amplia sonrisa, pero otras veces murmuraba palabras incomprensivas, que salían de alguna parte de su mente.

Algunos hechos que llamaron mi atención, era que cuando algunas veces yo pedaleaba por la pista, justo el también lo hacía en sentido contrario, y también sobre la pista. Otras veces en que yo estaba en la vereda, lo encontraba pedaleando por la vereda. Las coincidencias sobre la ruta muchas veces lo delineaban las circunstancias.


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